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Quien olvida su pasado, no comprende su presente

El Alma Según Platón

El Alma Según Platón.

Pese a que se inspira en las doctrinas de los pitagóricos y en el orfismo, Platón pensaba pues, que descubrir cómo es el alma era una tarea divina y demasiado extensa. El hombre, lo único que podía aspirar es a hablar de semejanzas.

 

División Tripartita Del Alma.

El alma racional:

Inmortal, inteligente, de naturaleza "divina" y físicamente ubicada en el cerebro.

El alma irascible:

Mortal, fuente de pasiones nobles y situada físicamente en el tórax.

El alma apetitiva:

Mortal, fuente de pasiones innobles ubicada en el abdomen.

La teoría del alma también podría ser interpretada como dualista en el sentido que una parte de ella es inmortal y otra, ligada al cuerpo, es mortal.

La idea de que existe un alma (psyche), no obstante, no es en absoluto original de Platón. Tanto la tradición cultural griega como la de otras muchas culturas de la época dan por supuesto la existencia del "alma", y el término que utilizan para referirse a ella significa primordialmente "principio vital", pero Platón no se limita a afirmar la existencia del alma, sino que la dota también de otras características además de la de ser "principio vital". Y es en estas características en donde se encuentra la originalidad de la interpretación platónica. El alma, nos dice Platón, es inmortal, transmigra de unos cuerpos otros y es, además, principio de conocimiento. En la medida en que conocemos "por" el alma, ésta ha de ser homogénea con el objeto conocido, es decir, con las Ideas, por lo que no puede ser material. La idea de que el alma es inmortal y transmigra le viene a Platón, casi con toda seguridad, de los pitagóricos. A su vez éstos la habían tomado con probabilidad del orfismo, movimiento de carácter religioso y mistérico que se desarrolla en Grecia a partir del siglo VIII, y cuya creación fue atribuida a Orfeo. Se trataba, al parecer, de una renovación del culto dionisíaco que se proponía alcanzar la purificación a través de rituales ascéticos, en la creencia de la inmortalidad y transmigración (metempsícosis) de las almas, que se encontrarían encerradas en el cuerpo como en una prisión. Pero, para quienes no fueran próximos al orfismo o al pitagorismo, la afirmación de la inmortalidad del alma no podía dejar de ser una afirmación sorprendente. De ahí la necesidad de Platón de demostrar dicha inmortalidad.

También se dice que, el sistema filosófico de Platón es un todo fundamentalmente coherente en sus líneas maestras, en cuyo centro se halla la teoría de las ideas. No en vano, la doctrina platónica del alma es, precisamente, la teoría de las ideas, en donde, en efecto, la racionalidad del alma se afinca en ese mismo conocimiento de las ideas, y éstas constituyen el reino de lo real al que el alma pertenece, y al cual se siente impulsada por su propia naturaleza.

Se trata, como vemos, en un planteamiento del problema del alma que hunde sus raíces conjuntamente en la experiencia científica, y en la experiencia religiosa, en donde se explicarían los siguientes rasgos de su teoría.

En primer término, que la cuestión fundamental acerca del alma sea para Platón la de su propia inmortalidad. Ésta inmortalidad en sí del alma, dado que el cuerpo es corruptible y perecedero, implicando evidentemente una preexistencia y ulterior pervivencia de aquella respecto de éste. Esto, asimismo, implica que su unión con el cuerpo no es un estado esencial del alma, sino un estado transitorio, antinatural, accidental, pues el lugar propio del alma es el mundo de las ideas, y su actividad más propia, la contemplación de ellas.

Pero si el lugar propio del alma es el mundo de las ideas y su actividad más propia es la contemplación de éstas, es más que obvio que el alma es concebida por él como principio del conocimiento racional. Mientras permanece unida al cuerpo, la presunta tarea fundamental de ésta es la de purificarse; esto es, prepararse para la contemplación de las ideas, lo que vendría a suponer que el alma se encuentra en un estado evidente de impureza. La cuestión exacta e inequívoca sería preguntarse, ¿de dónde vienen, pues, las impurezas? Una respuesta clara por parte de nuestro protagonista puede ser que provienen, precisamente, de las diferentes y diversas exigencias y necesidades del propio ser humano; algo que equivaldría a conceder al alma, además de su función como principio del conocimiento racional, una función de control sobre el cuerpo.

De este modo, Platón se ve obligado a distinguir partes del alma, o, almas distintas, y en su clasificación propiamente, distingue las almas (o partes) racionales, concupiscibles e irascibles. Sin embargo, y cuando se plantea la hipótesis acerca de si las tres podrían ser inmortales, el pensamiento platónico pierde cierta nitidez y se mueve, por tanto, en una cierta ambigüedad inevitable.

 Ariadna Berná Sigüenza. 1º Bach. H.

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